"EL SEÑOR DE LAS MUÑECAS"
Solemos asociar a las muñecas con los pequeños, especialmente con las niñas. Es un hecho que estos juguetes además de entretener, ayudan a que las niñas aprendan ciertos comportamientos, en una especie de “entrenamiento” para su vida adulta. También tenemos a aquellos que creen que las muñecas pueden servir como objetos de brujería. Los practicantes del vudú suelen usarlas para clavar agujas con la esperanza de que la víctima del hechizo sufra terribles dolores e incluso enfermedades incurables. Y para otras personas, quizá las más extrañas, las muñecas funcionan como un fetiche en un comportamiento asociado con la parafilia.
En el libro Psychopathia Sexualis del psiquiatra alemán Richard von Krafft-Ebing se listan algunos casos de fetichistas cuya obsesión se relacionaba con las muñecas. El caso más notable es el de un hombre francés que fue a prisión en 1876 después de robar piezas de ropa íntima en un baño público. Cuando la policía allanó su casa encontró más de 300 artículos femeninos, entre ellos varias muñecas. Krafft-Ebing dice que este hombre iba a la cama vistiendo las ropas hurtadas y creaba una fantasía donde era la más bella de las mujeres. Tomaba una muñeca y la usaba para mantener relaciones induciéndose sensaciones de placer al punto de llegar al clímax.
Pero que los fetichistas empleen muñecas en sus fantasías no es novedad para los psiquiatras. Charles Frederick Albright, un asesino serial estadounidense tenía tal fijación por los ojos artificiales de las muñecas que les arrancaba los ojos a sus víctimas. Otro caso fue el asesino caníbal Joachim Kroll, que mantenía una extensa colección de muñecas en su departamento. Estos juguetes representaban una extensión de lo que más deseaba: las niñas. Era un sujeto raro, con un rostro regordete, orejas enormes, lentes gruesos, pero le agradaba a los niños. Sabía cómo hacerlos reír. Lo que aquellos niños no sabían era que también mantenía en su casa muñecas siniestras que empleaba para, digamos, “aliviarse”. Tenía relaciones sexuales con estos objetos mientras apretaba sus cuellos de tela.
Con alrededor de un millón de habitantes, Nizhni Nóvgorod es la quinta ciudad más grande de Rusia y un importante centro económico y cultural del país. La ciudad también es conocida por tener un centro de investigación y producción militar. Es la tierra de grandes personalidades como el escritor Máximo Gorki, del matemático Vladímir Steklov y del pianista Issay Dobrowen entre otros.
Pero, como dice la sabiduría popular, la forma más fácil de que un sitio se haga conocido es que suceda algo infame. ¿Acaso el mundo entero sabía de la existencia de la ciudad de Iguala en el estado de Guerrero antes de la desaparición forzada de los 43 estudiantes, de Fukushima antes del tsunami en Japón o de la Escuela Secundaria Columbine antes de la masacre?
Y hoy escribimos sobre Nizhni Nóvgorod no por su cultura o sus ilustres personajes, sino por otra cosa. Un descubrimiento realizado en noviembre del año 2011 que puso a la ciudad rusa en boca de todo el mundo no por sus hermosos paisajes, sino por un insólito y extraño crimen.
HECHOS OCURRIDOS:
Desde el 2010, decenas de tumbas en varios cementerios de la región habían sido profanadas, en aquel entonces se sospechaba de una secta satánica. El departamento de crímenes violentos del Ministerio del Interior ruso inició la investigación. El día 3 de noviembre, el entonces presidente de Rusia Dmitri Medvedev y el Primer Ministro Vladimir Putin hicieron una visita a la ciudad de Nizhni Nóvgorod, pero no todos los medios tenían interés en cubrir la visita de los jefes de estado. Varios reporteros se encontraban en la ciudad cubriendo el caso de profanación de tumbas y en ese día se les indicó que no hicieran ningún tipo de mención sobre el tema hasta que los líderes dejaran el lugar. Pero un sitio de noticias llamado “Crónica Criminal” no se pudo contener. El día 3 de noviembre publicó el siguiente fragmento:
“El departamento del Ministerio del Interior de combate contra crimines violentos ha descubierto aproximadamente 28 cuerpos momificados de mujeres adolescentes de entre 12 y 16 años, en tres habitaciones del apartamento que pertenece a un científico de 45 años”.
Un día antes, la policía rusa había hecho el macabro descubrimiento en un departamento del distrito de Leninsky.
La noche del 2 de diciembre, siguiendo el rastro del ladrón de cadáveres, los policías descubrieron un cadáver momificado en el garaje del edificio de un sospechoso en Leninsky. Al interior del departamento, una sorpresa: el lugar estaba completamente desordenado y había montañas de libros por todas partes. Pero no serían lo libros lo que llamó la atención de los investigadores.
Varias muñecas, de tamaño real, se encontraban estratégicamente posicionadas en varias habitaciones del apartamento, sentadas, acostadas y sobre los montones de libros. Todas vestidas con ropa y accesorios diferentes, pero con el rostro particularmente envuelto en tela. Una de ellas era un oso, otra había sido vestida como una novia, mientras que otra parecía estar lista para una fiesta. En total se contabilizaron 28 muñecas.
Sin embargo, tras inspeccionar las muñecas, los policías hicieron un descubrimiento bastante siniestro: en realidad, las muñecas no eran esos juguetes convencionales a los que estamos acostumbrados, el aterrador dueño de aquel departamento fabricaba las muñecas a partir de los cadáveres profanados.
En un inicio las autoridades rusas dijeron que los cadáveres profanados de las tumbas pertenecían a mujeres adolescentes de entre 12 y 18 años, pero posteriormente corrigieron la información aclarando que las muñecas eran fabricadas con cuerpos de niñas y adolescentes, con edades que iban de los 2 a 16 años.
El descubrimiento tan siniestro tenía una conclusión obvia: el hombre profanaba tumbas de niños en cementerios de la región, llevaba los cadáveres a su departamento y entonces iniciaba el macabro ritual de momificación y fabricación de muñecas.
ANATOLY MOSKVIN
Tan sorprendente como el crimen mismo es el perfil del acusado, Anatoly Moskvin, un pacífico ciudadano más con un interés especial por el ocultismo. El sujeto es considerado un genio y no es para menos. Tiene un doctorado en cultura celta, es historiador, era profesor de un museo local, habla 13 idiomas (incluido el celta) y es autor de diversos libros y ensayos sobre toponimia y onomástica. Se le considera una verdadera eminencia en los cementerios de Rusia después de visitar y estudiar más de 750 de ellos.
Moskvin aseguró que entre 2005 y 2007 inspeccionó 752 cementerios en toda la región, muchas veces viajando más de 30 kilómetros por día a pie. Pasó noches en granjas abandonadas y alguna vez llegó a dormir dentro de un ataúd.
El hombre es bien conocido entre los historiadores locales como en extraño y solitario especialista en cementerios, un “necropolista”, como él mismo se autodenominaba frente a sus amigos. Durante décadas, Moskvin escribió de forma regular para los periódicos de Nizhni Nóvgorod, e incluso después de ir a prisión y quedar bajo custodia, acusado de la profanación de más de 150 tumbas en la región, sus trabajos Great Walks Around Cemeteries (Grandes caminatas por los cementerios) y What the Dead Said (Lo que los muertos dicen) continuaron publicándose semanalmente en un periódico local.
“Toda su vida estuvo dedicada a caminar por cientos de cementerios, estudiando y documentando las tumbas. No existe nadie como él en Rusia. Investigó más de 750 cementerios por toda la región de Nizhni Nóvgorod, recibiendo un pago miserable por su invaluable trabajo”, dijo Alexei Yesin, editor de Necrologías, un semanario que publica obituarios e historias sobre cementerios y personas famosas muertas. Moskvin también escribía para esta publicación.
Un reportaje del periódico ruso KP News encontró los artículos de Moskvin en los que habló de la forma en que los pueblos del río Volga, a mitad del siglo XIX, producían muñecas y cómo las utilizaban en rituales sagrados.
La policía afirma que Moskvin investigó aspectos de la vida de cada una de las mujeres que desenterró, e imprimió instrucciones detalladas para producir las muñecas a partir de los restos humanos. Como muchos de los hombres que cometen crímenes locos y extraños, Moskvin nunca pareció sospechoso. Era educado con todo mundo y ni siquiera un pequeño mal olor que emanaba del andar del científico parecía sospechoso.
“Nuestro edificio siempre apestaba a algo podrido que venía de las bodegas”, dijo una señora de mediana edad llamada Riabova. Riabova disfrutaba de caminar por las tardes en el patio y afirmó haber visto en varias ocasiones a Moskvin cargando mochilas pesadas o sacos de plástico negros. “Su familia y amigos seguramente sabían sobre su enfermedad psiquiátrica, pero nadie lo envió a un hospital para que recibiera tratamiento”, dice Riabova, expresando un profundo pesar por los familiares que tuvieron que identificar a sus seres queridos transformados en muñecas.
“La parte más aterradora para mí fue que mantenía en su departamento cientos de piezas de ropa que recolectó de los cementerios”, dijo una vecina que no quiso revelar su nombre. Vive abajo del apartamento que solía ocupar el científico y se refirió a su antiguo vecino como: “… la persona más respetuosa e inteligente que he conocido”.
En su último artículo, publicado en Necrologías, el 26 de octubre de 2011, seis días antes de su captura, Moskvin confiesa lo que inspiró su obsesión por la muerte. El hombre describe la forma en que, en 1979 (a los 13 años), fue detenido mientras se dirigía a la escuela por personas vestidas con trajes negros. Se trataba de un velorio, y fue empujado hasta el ataúd que contenía el cuerpo de una niña de 11 años llamada Natasha Petrova, una vez ahí lo forzaron a besar el cadáver.
“Un adulto empujó mi rostro hasta la frente de la niña, y además de besarla no hubo nada más que pudiera hacer. La besé una vez, de nuevo, y una vez más”, declara en el artículo.
El ritual finalizó con la madre de la niña colocando un anillo de matrimonio en el dedo de Moskvin y en el dedo de la pequeña muerta.
“Mi extraño matrimonio con Natasha Petrova resultó útil”, dice Moskvin recordando la forma en que la experiencia lo ayudó a desarrollar su profundo y mórbido interés en las ceremonias y rituales mágicos”.
Yesin, el editor de Moskvin, dice que se sintió “reacio” a continuar publicando parte de esa mórbida experiencia amorosa entre Moskvin y la niña muerta. “Muchos de sus artículo tienden a iluminar su interés sensual por jóvenes mujeres muertas, para mí eso era una fantasía romántica y algo un tanto infantil de un escritor talentoso”, dice Yesin.
Varios historiadores se negaron a seguir colaborando con Moskvin en proyectos de investigación después que fue a prisión. Nadie conocía mejor la devoción de Moskvin por las tumbas que Oleg Riabov, el director de la editorial Books que, en 2008, le encargó al científico la lista de muertos de más de 700 cementerio en cuarenta regiones de Nizhni Nóvgorod. Riabov quedó anonadado con la gigantesca investigación de Moskvin, y también frustrado, ya que el trabajo nunca se publicó.
Desde su detención, Anatoly Moskvin coopero de todas las formas posibles con la policía, ofreciéndoles detalles realmente chocantes de sus actividades. Durante los interrogatorios, Moskvin afirmó que intentaba “resucitar” a las niñas, colocando cajas de música dentro de las muñecas para que pudieran “cantar”. Por las noches colocaba los cadáveres junto a él en el sofá y ambos veían películas de dibujos animados.
“Realmente quería una niña, una hija. Pero el tribunal no lo permitió. Así, yo y todas esas muñecas éramos niños. Vivía con ellas como vivía con los vivos, les mostraba dibujos animados, les contaba historias”, dijo Moskvin a los policías. Y es verdad, Moskvin intentó adoptar a una niña pero la petición fue negada por el Consejo Tutelar ruso. Quizá por eso, sabiendo que jamás podría tener una hija, comenzó a desenterrar cadáveres y a fabricar muñecas.
Los investigadores también descubrieron que Moskvin perpetró actos de vandalismo contra aproximadamente 150 tumbas de musulmanes enterrados en los cementerio de Krasnaya Etna y New Sormovskoy. Usando pintura en spray dibujó figuras sobre las tumbas, además de escribir la palabra “Patria”. Según la policía, estos actos fueron una especie de venganza del científico debido al ataque terrorista perpetrado por fanáticos musulmanes en el aeropuerto de Moscú en enero de 2011.
La pregunta obligatoria es, ¿Anatoly Moskvin era un científico loco? Es totalmente viable llamarlo loco, pues así lo consideraron los psiquiatras. Según los profesionales, el científico padece de esquizofrenia paranoide, y por lo tanto, Moskvin es incapaz de comprender la verdadera naturaleza de sus actos, y mucho menos controlarlos.
Fue acusado en los puntos 1 y 2 del artículo 244 del Código Penal ruso: violación de cadáveres y profanación de tumbas. Ante su estado mental, el abogado del caso, Konstantin Zhilyakov solicitó su exclusión de la sociedad, proponiendo al juez que Moskvin fuera internado para su tratamiento en un hospital psiquiátrico.
Anatoly Moskvin fue internado en un hospital psiquiátricos de Nizhni Nóvgorod bajo vigilancia permanente. En marzo de 2014 venció el plazo, pero el Tribunal Distrital de Leninsky consideró que Moskvin aún no era apto para vivir en sociedad, por lo que prolongó el tratamiento del científico de forma indefinida.
Algunos periódicos de Nizhni Nóvgorod apodaron a Moskvin “El Señor de las Momias”, otros lo llamaron el “Perfumista”, haciendo referencia a la novela “El perfume”, de Patrick Süskind.