El primer accidente automovilístico registrado en la historia ocurrió el 31 de agosto de 1896. Cuando los primeros coches comenzaron a popularizarse, carecían por completo de sistemas de seguridad.
En ese entonces, la rústica tecnología se preocupaba más por hacer que el vehículo avanzara, pudiera se conducido con relativa facilidad, que soportara trayectos relativamente cortos, y que su fabricación fuese cada vez más sencilla.
No podríamos pensar mucho en la evolución de los coches cuando ni siquiera contaban con un volante. Para 1930 las muertes en vehículos comenzaron a ser un problema real, las muertes en estos novedosos aparatos se hacían cada vez más constantes, por lo que la ciencia tomó parte de una forma tétrica al realizar pruebas de choque con cadáveres humanos.
A los muñecos de prueba de choque modernos, se les conoce por su nombre en inglés: Crash Test dummies.
Fue la Universidad Wayne State de Detroit la que comenzó los mininos mundiales en materia de seguridad en coches. La tecnología desarrollada hasta ese entonces no contaba con cámaras de alta sensibilidad ni maniquíes capaces de representar fidedignamente el comportamiento y resistencia del cuerpo humano en condiciones extremas, por lo que utilizaron cuerpos de personas muertas que no habían sido reclamados.
Podemos imaginar lo terrorífico del asunto: un montón de cuerpos precios al estado de putrefacción, con los cuerpos pálidos por los estragos de la falta de sangre en las venas, amarrados a los coches, y siendo puestos en pruebas de impacto hasta que la integridad de lo que les quedaba de humanidad, no soportaba más.
El motivo para utilizar a estos peculiares sujetos de prueba, fue el hecho de que hasta ese entonces no había un modo más acercado a la realidad de comprobar qué podía suceder en el cuerpo humano en un accidente.
En 2013 la Universidad de Zaragoza en España consiguió un permiso provisional para realizar nuevas pruebas de choque en cadáveres.
Las cosas no terminaban ahí, poco después las pruebas se extendieron y se volvieron más macabras. Algunas veces las simulaciones no mostraban la resistencia del cuerpo humano a golpes directos a ciertas partes concretas.
Entonces comenzaron a realizarse pruebas más sanguinarias en las que importaban el cráneo, cortaban tendones o extremidades con distintos objetos. No existen registro de si alguna empresa automotriz, participó directamente en estas pruebas, pese a que como resultado, surgieron los primeros equipos de seguridad como el cinturón de seguridad.
Los primeros crash test se realizaban estrellando los coches contra muros, aunque también contra camiones pertrechados con planchas de acero para intentar reproducir las condiciones del tráfico y los choques con los dos turismos en movimiento. Pero había un problema y es que, muchas veces, la energía del impacto no era suficiente así que había que buscar otras soluciones de simulación.
Una de las que resultaban más espectaculares es la que ocupa esta imagen principal: colgar los vehículos de una gran grúa y dejarlos caer, una prueba que también fue empleada posteriormente por algunas marcas pero, en este caso, como reclamo publicitario. A pesar de la espectacularidad de estos tests, la demostración definitiva era analizar las consecuencias de los choques en los ocupantes de un vehículo y eso planteaba otros problemas más difíciles.
Cuando las pruebas empezaron a ser habituales, se necesitaban 'voluntarios' para evaluar los resultados y en un principio se utilizaron cadáveres. Su uso planteaba casi más inconvenientes que soluciones ya que los muertos eran de adultos fallecidos en edad avanzada o presentaban lesiones y daños previos, así que era difícil evaluar las heridas producidas realmente por el golpe.
También hubo voluntarios que se prestaban a ensayar estos impactos como Lawrence Patrick, profesor de biomecánica de la Universidad Wayne State de Detroit –EEUU–, que entre 1960 y 1975 se sometió a pruebas de choque a bordo de vehículos y a brutales deceleraciones para evaluar las consecuencias de un accidente en el cuerpo humano.
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